Lunes, 5 de la mañana en pie. Por delante el reto de cruzar en autobús todo el norte del país hasta la capital para coger el ferry que me lleve a dormir en Zanzibar.
Llego hasta el taxi cargada de legañas, en la estación me abruman todos los hombres dispuestos a "ayudarte" con tu billete y tus maletas y al fin logro ticket y asiento de ventanilla. La salida se retrasa hasta que termine de llenarse el autobús, aunque por suerte no lleva más de media hora. Pocos kms más allá de Moshi logro ver la salida del sol entre las acacias.
Desde el otro lado del cristal logro ver como a poco levantan las aldeas: los niños yendo al cole con sus uniformes, las mamas montando sus tiendecitas, las masas de cubos y personas alrededor de las fuentes de agua, las otras mamas intentando vender sus productos a los viajeros que van en ese trasto largo con ruedas, más niños corriendo, mamas cargando con sacos de comida o agua, mecánicos dentro del motor del coche, baches, tierra roja, el sol más alto, los baobabs tendiéndote sus ramas. Los árboles están cubiertos de tono marrón y las casas también, como si el otoño hubiera llegado; sólo es una falsa ilusión hecha por la tierra y el polvo,presente en todo momento.
Siempre me gustaron los viajes en autobús, te permiten conocer el lugar mientras te mueves de un sitio a otro. A veces tienes la gran suerte de coincidir con nuevos compañeros de viaje con los que conversar del país, de la vida o de fútbol, cualquier tema vale para hacer el camino mucho más llevadero. Y a la vez,mientras escuchas,ves por esa ventana de autobús el mundo pasar.
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